¡Hola a todos y todas!

¿Qué tal?!! Me llamo Ana, estoy en segundo año del profesorado. Es mi primer blog. Les comento que este blog está al servicio de los chicos, su desarrollo, sus personas. En fin, este título es por estos motivos: Providencialmente, este año 2011, es el AÑo de la VIda, proclamado por la Iglesia. Tengo la misma vocación de todos: la Vida. Los chicos son los destinatarios privilegiados en la educación para la vida. Chicos en la etapa educativa escolar, o sea, de los 4 a los 18 años a grosso modo. Básicamente, todos sabemos que tras cada niño o adolescente, está su familia, que está antes que nosotros como educadores. A Ustedes también, queridos padres les dedico ésto: papás, mamás, tutores, educadores y educadoras, abuelos, tías, catequistas, en fin, a quienes le llegara a interesar algo.
La escuela tiene un papel subsidiario en la formación de la niñez y adolescencia, y el papel principal es el de los padres. Por eso el trabajar unidos en la grandísima misión de proteger y promover la vida de cada uno de los chicos durante todo el proceso de enseñanza para que ellos mismos aprendan a ser protagonistas de sus vidas para bien de ellos y por ende, de toda la humanidad, cada vez más acercada.
Para eso hay de todo un poco, ya que el blog se conecta con los aportes que vamos recibiendo de la materia: Introducción a las Ciencias de la Educación más lo acuciante para mí, lo de la dignidad de cada persona humana, especialmente los más pequeños que más necesitan que se vele por ellos.

lunes, 18 de abril de 2011

Sobre la vocación del hombre en la educación argentina

El hombre, proyecto de vida

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El hombre no sólo es el único ser de la tierra capaz de proyectos, sino que él mismo es proyecto, no

ya solamente por su innata programación genética, sino también por la riqueza de su espíritu encarnado

que tiende a desplegar sus virtualidades. Estas podrán desarrollarse de variadas formas accidentales, pero

en lo esencial y profundo han de responder a las auténticas exigencias del espíritu creado para el bien, la

verdad y la belleza. Toda vida tiene un carácter teológico: Lleva en sí un plan y un destino fundamentales

que presiden el desarrollo de las virtualidades. A ese proyecto básico, ínsito por Dios en la naturaleza del

ser humano nos referimos al decir que el hombre es un proyecto dinámico. En admirable síntesis San

Agustín expresó la fuerza de ese dinamismo al decir "Nos hiciste para Ti, Señor, e inquieto estará nuestro

corazón mientras no logre descansar en Ti". Vivir humanamente es el resultado de un armónico desarrollo

integral e integrado del triple nivel que caracteriza al hombre: el nivel vegetativo, el perceptivo-motor del

vivir animal y el nivel de la vida propia del espíritu que penetra la esencia de las cosas, razona, decide y

ama, crea el mundo de la ciencia, de la técnica, del arte, descubre la vocación moral (Cf. GS. 16) y la

dimensión religiosa. El hombre se percibe a sí mismo como un ser "llamado a elegir un proyecto de vida

en conformidad con su propio ser". por lo tanto "artífice de su destino" (DHC. 13). Concebimos la

educación como la tarea personal y comunitaria de llevar a cabo ese proyecto de vida, es decir,

capacitarse para autoconducir y perfeccionar la vida conforme con las exigencias profundas del propio ser

y de las llamadas realistas de la hora que le toca vivir.

Equipo Episcopal de Educación Católica Oficina del Libro C.E.A.



24 - julio - 1985

Para los padres una "pizquita" sobre la Buena Noticia de la Familia:

En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el
camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la
vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de
la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una
vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y
testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa
e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.

domingo, 10 de abril de 2011

De la exhortación apostólica de Juan Pablo II, ya a tres semanas de su beatificación, les comparto una parte de éste:
Párvulos
36. Un momento con frecuencia destacado en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán principio de un diálogo cariñoso con Dios, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana.

Adaptación de la catequesis a los jóvenes
40. Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura, sino también verdadero deseo de conocer a «Jesús, llamado Cristo»;(89) al revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que topa, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.
Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar, postulan también una atención especial.
Minusválidos
41. Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos. Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el «misterio de la fe». Al ser mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor este importante problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.
Jóvenes sin apoyo religioso
42. Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más numerosos, nacidos y educados en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.

Juan Pablo II: Catechesi tradendae

Con todo, es importante que la catequesis de los ninos y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana.

Hay que repetirlo: en la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis; pensamos incluso en los jóvenes seminaristas y religiosos, y en todos los que están destinados a la tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán mucho mejor ese ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia, la gran catequista y a la vez la gran catequizada.